Excomunión

En enero de 1077, el káiser Enrique IV desafió la nieve y el frío para ir al Castillo de Canossa, en el norte de Italia, a "confesar sus pecados" al Papa. Esta fue la "humillación de Canossa".

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En 1077, el Papa Gregorio VII aprovechó la situación inestable en Alemania y ordenó a Enrique IV que renunciara al derecho de nombrar obispos de varias iglesias en Alemania. Enrique IV

Lee, declaró que el estatus del papa era superior al de todos los gobiernos seculares y podía incluso deponer al emperador. En respuesta, Enrique IV convocó una conferencia de obispos alemanes y declaró un enfrentamiento para deponer al Papa. El rey Enrique IV y el Papa competían por el poder. La lucha se volvió cada vez más feroz y se desarrolló hasta el punto de que se volvieron irreconciliables. Enrique quería deshacerse del control de la Santa Sede y el Papa quería despojar a Enrique de toda autonomía. Entonces Gregorio VII emitió un edicto deponiendo al emperador alemán Enrique IV, excomulgándolo y revocando el juramento de lealtad de sus súbditos. Al mismo tiempo, algunos príncipes de Alemania, encabezados por el duque Rodolfo, que luchaban por la independencia, declararon que si Enrique IV no podía obtener el perdón del Papa, no reconocerían su monarquía. El Papa no sólo puso a los alemanes en contra de Enrique, sino que también desató una ola anti-Enrique en otros países. En esta grave situación de problemas internos y externos, Enrique IV se vio obligado a transigir. Ya no podía tener en cuenta su estatus noble como emperador. En enero de 1077, desafió el frío severo, viajó a través de montañas y crestas y viajó miles de kilómetros hasta Roma para representar una representación de "Pleating for Sin under a Thorn". Gregorio lo ignoró deliberadamente y fue al palacio de Canossa en el norte de Italia, lejos de Roma, antes de que llegara Enrique. Enrique no tuvo más remedio que ir a Canossa a ver al Papa. El Papa cerró herméticamente la puerta del castillo y se negó a dejar entrar a Enrique. Para conservar el trono del emperador, Enrique se paró frente a la puerta del castillo y suplicó clemencia. Nevaba intensamente y el suelo estaba helado. Como emperador, Enrique llevó a su esposa e hijos descalzos y cubiertos de fieltro. Permanecieron en la nieve durante tres días y tres noches antes de que el Papa abriera la puerta para darle la bienvenida y perdonarlo. El Papa Gregorio VII, hijo de un humilde artesano, no le dio a Enrique IV un beso de absolución hasta que éste sufrió un gran insulto mental.